Esta carta no está destinada a aquellos que, como es
mi caso, llevamos muchos años indignados con la situación social, política y
económica de este país. Está dirigida a ti, que de pronto parece que has caído del
guindo y has visto la luz. Ha tenido que azotarnos una crisis terrorífica para
que abras los ojos y te des cuenta de la realidad con la que llevas varios
lustros conviviendo, pero que por inconsciencia o comodidad has preferido
ignorar.
Ahora te indignas porque los políticos hacen y
deshacen a su antojo, te escandalizas porque con tan solo unos años de calentar
un asiento van a gozar de una estupenda pensión, porque cobran dietas abusivas
por conceptos que no justifican ni nadie les pide que justifiquen, porque
obtienen beneficios diversos por ser quienes son. Y todo esto viene sucediendo
desde hace años. Por eso yo te pregunto ¿por qué no te indignaste antes?
De repente el banquero se ha convertido en el blanco
preferente de tus iras. Sueldos millonarios, vergonzantes beneficios,
jubilaciones de oro, dinero estatal (de todos) para tapar sus desmanes… Algo
que pasa desde hace mucho tiempo con el consentimiento de la clase política
que, teóricamente, debería velar por nuestros intereses. Y yo de nuevo te
pregunto ¿por qué no te has indignado antes?
Los medios de comunicación han callado de forma
cómplice todas estas conductas escandalosas, solamente han destapado miserias
según su conveniencia tanto estratégica como política. Han solapado abusos de
poder con escandalitos menores y tú has asentido feliz con la cabeza, sin
cuestionarte, sin preguntarte. Y es ahora, cuando están metidos de lleno en sus
guerras de poder, que sacan a la luz algunos hechos que constituyen verdaderos
atropellos a la democracia y a la ética, claro está, siempre en consonancia con
sus propios intereses, cuando te enfureces y bramas contra la opacidad del
sistema. Una vez más te pregunto ¿por qué no te has indignado antes?
Tal vez no te has indignado hace años porque las
cosas te iban bien, tenías tu coche, tu hipoteca, tus vacaciones en veranito y
podías salir a cenar varias veces al mes. O quizás simplemente tu armario
estaba lleno de ropa, tenías tu móvil de última generación, dinero para tus
viajes en interrail y para asistir a todos los conciertos que quisieses. Da
igual cuál era tu situación. El caso es que miraste para otro lado mientras los
políticos, los banqueros y los medios de comunicación abusaban de su poder, cada
uno a su estilo. Y tú tenías adormecida la conciencia disfrutando de la
abundancia de cosas que ellos hábilmente te habían hecho desear.
Sentías que eras muy democrático porque cada cuatro
años metías un papelito en la urna y eso te hacía creer que eras un ciudadano
muy libre y muy comprometido. Votabas a tu partido sin leer su programa
electoral, sin estudiar sus propuestas, sin preocuparte si luego cumplía sus
promesas electorales o no, qué más daba, lo importante es que eran los míos. Si
algún escándalo político aparecía en la prensa, según fuera el signo político
reaccionabas: si eran “los otros” chasqueabas la lengua y decías que ya sabías
tú que eran unos sinvergüenzas, si eran de “los tuyos” te encogías de hombros y
argumentabas que la prensa del otro bando había organizado una caza de brujas.
Y después, lo olvidabas y seguías a lo tuyo.
Te propongo una ucronía. Imagínate que habría pasado
si todos nos hubiésemos indignado contra aquellas cosas que ahora nos
soliviantan hace 20 o 25 años (pues ya existían). Puede que se hubiese atajado
el problema a tiempo, puede que no, pero ya no lo sabremos. Del mismo modo que
un cáncer detectado y tratado en sus inicios tiene mayor esperanza de curación
que cuando se encuentra en fases más avanzadas, tal vez este “cáncer” cuyas
consecuencias ahora estamos sufriendo podría haber sido extirpado y sanado en
sus comienzos, arrancado de raíz para evitar la metástasis.
Pero ya es tarde para lamentarse. No te indignaste
en su momento, lo haces ahora cuando la crisis te toca a ti, cuando te ha
afectado directamente al bolsillo, cuando empiezas a temer por tu futuro,
cuando tu seguridad se tambalea. Ahora te enfureces y señalas con el dedo a
otros, culpabilizándolos de tu situación, pero deberías volver el dedo hacia ti,
porque consentiste, tu indiferencia ha propiciado que ellos abusen. Tu reacción
es la misma que la del propietario de un piso que sabe que las estructuras del
edificio están dañadas pero se niega a rehabilitar porque mientras la fachada
esté bien lo demás no importa, pero llega un momento en el que el edificio
amenaza derrumbe y es entonces cuando se lleva las manos a la cabeza y culpa al
resto de los vecinos por no haber hecho nada antes.
Me parece muy bien que ahora te indignes, pero
empieza a hacerlo contigo mismo, asume tu cuota de culpa y luego indígnate con
los otros culpables de esta crisis.
De una antigua indignada a un recién indignado.
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