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"No por ser muchos descubriréis la verdad, ni ahogaréis la razón porque gritéis unidos"

Rabindranath Tagore

martes, 29 de mayo de 2012

Entre pitos y flautas: La final de la Copa del Rey


El pasado viernes se jugó la final de la Copa del Rey. Para los amantes del fútbol, entre los que me incluyo, es un partido realmente atractivo, bueno, en realidad cualquier final lo es; pero esta tiene un no sé qué que la convierte en algo único, especial. En esta ocasión el circo político y mediático también ha querido tomar parte caldeando ánimos y provocando, como no podía ser de otro modo, un motivo más para remarcar diferencias y resaltar odios enquistados.

El príncipe al comienzo del himno-pitada



Días antes, a modo de calentamiento, los extremistas de turno animaban a los seguidores a pitar y abuchear el himno que siempre inaugura la final. Por supuesto, la pitada también tendría que ir dedicada al príncipe, que sería el encargado de presidir el partido en sustitución de su padre, que no está físicamente (y no sé si anímicamente) para aguantar una final de fútbol y una pataleta antimonárquica por el mismo precio.

El caso es que rápidamente el periodismo, tanto político como deportivo, se apresuró a recoger la noticia magnificándola y rellenando tiempo y titulares con el asunto, en vez de ignorarla y restarle importancia. De este modo, lo que no habría sido más que una anécdota que oscila entre el mal gusto y la falta de educación, se convirtió en un asunto de dimensiones extradeportivas. Y ahí es donde los políticos, ansiosos siempre de figurar como sea y donde sea, se animaron a participar, encabezados, como no podía ser de otro modo por la presidenta de mi Comunidad, Esperanza Aguirre, experta en meterse en todo tipo de jardines y que suele confundir la campechanía con la falta de tacto.

Lógicamente, las declaraciones de Aguirre, en las que proponía la suspensión del partido si se producía la pitada, fueron seguidas de una cascada de réplicas y contrarréplicas que encendieron más los ánimos y que los medios ávidamente iban recogiendo y amplificando oportunamente. De nuevo la bola de nieve mediática en funcionamiento. Y así hemos tenido entretenimiento en los últimos días, mientras tanto pasaban a un segundo plano los tejemanejes infames de Bankia y asuntos de similar cariz. Pero claro, lo importante era si en el partido de marras se pitaba mucho o poco, más o menos fuerte. Y nosotros, como las marionetas teledirigidas que somos, nos entregamos con entusiasmo a opinar sobre los pitos y flautas.

En este debate ficticio se introdujo un interesante concepto y es el de la libertad de expresión. Aguirre argumentaba que había hecho esas declaraciones amparándose en su derecho a expresarse libremente; por su parte el presidente del F.C. Barcelona Sandro Rosell, más que opinar, animaba a pitar a quienes quisiesen hacerlo pues estarían ejerciendo su derecho de libre expresión.

En el fondo, a mi me parece que esto es más una cuestión de respeto y educación, en definitiva, de convivencia. La bandera y el jefe de estado, de cualquier estado, representan al país del que provienen, y en la inmensa mayoría de los países civilizados, se suelen respetar dichos símbolos. Más que por una cuestión de simpatías y afinidades, se trata de civilización. En los países occidentales normalmente las personas suelen enorgullecerse de sus símbolos, atrévete a quemar una bandera estadounidense en Estados Unidos y verás lo que te pasa, no ya sólo legalmente. Curiosamente España es un país atípico hasta para eso, respetan más nuestros símbolos nacionales los de fuera que los de dentro. Así somos.

Me llamó poderosamente la atención ver en las pasada campaña electoral francesa, como los seguidores de cualquiera de los partidos enarbolaban sin complejos su bandera, independientemente de la ideología. Otro tanto pasa en cualquier otro país. Aquí no, aquí existe una especie de miedo a portar una bandera española, que sólo se supera en determinados acontecimientos deportivos.

En la final de la UEFA, o como se llame ahora, me senté en casa a ver el partido y pensaba yo: ¿Cómo voy a distinguir a los seguidores de mi Atleti (de Madrid) si ambos equipos tienen una camiseta similar? Pero no tuve ningún problema, si bien los seguidores de los dos Atletis llevaban los mismos colores, la distinción de banderas marcaba claramente los territorios. Si viste el partido, ya sabes de lo que hablo.

Curiosamente esta fobia antibandera, que muchos achacan al recuerdo del franquismo, es inversamente proporcional a la edad del fóbico, es decir, cuanto más joven más odio. Algo totalmente delirante si tenemos en cuenta que son personas que han nacido en la Democracia y que lo que conocen del franquismo es por referencias, no por experiencia propia. Así que algo que debería estar más que superado, parece ser que está muy presente. Hecho curioso y digno de estudio: cómo la propaganda interesada puede moldear de tal manera una mente joven implantando en ella un odio totalmente artificial.

Pero no me quiero desviar del tema (¡aunque da para tanto!) y prefiero centrarme en el partido de la final de la Copa del Rey. Ya sabes que no siento demasiada simpatía ni por la monarquía ni por la familia real y especialmente el príncipe Felipe me cae bastante mal. Pero respeto lo que representa, la jefatura del estado, y sobre todo le respeto como persona, porque muchas veces olvidamos que detrás de un cargo hay un ser humano. Y en cuanto a la bandera y el himno, tres cuartos de lo mismo, son símbolos de un país, concretamente el mío, por lo que me merecen igual consideración.

Aunque reconozco que me hizo gracia la cancioncilla que en el segundo tiempo dedicaron al padre del príncipe: “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña…” (No me digas que, además de mala leche, no tiene su gracia). Lo de los pitidos me pareció lamentable y no puedo evitar preguntarme si la pitada habría sido menos sonora si los políticos y los periodistas no se hubiesen dedicado a alimentar la hoguera. ¿Cuándo madurará este país?

A veces pienso que ese carácter tan cerril propio del nacionalismo más radical impide al que lo padece disfrutar de lo lúdico, pues siempre tiene que teñir todo con sus fobias y prejuicios, hasta tal punto que no son capaces de aparcar por un par de horas sus odios para recrearse en algo tan festivo y emocionante como es una final de fútbol. Visto así, dan lástima. En fin, peor para ellos, y un suspenso para los políticos y periodistas que se han empeñado en alimentar la hoguera.

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