En estos últimos años observo que ha tomado relevancia en el mundo de la política un prototipo de mujer muy determinado. Por supuesto esto no es más que una elucubración mía y es probable que cuando leas la descripción, no te parezca más que una de mis muchas chorradas mentales. Se trata de lo que he etiquetado como la “política eternamente enfadada” (en su versión más suave) o la “política eternamente cabreada” (en la versión original).
Se trata de una mujer, evidentemente dedicada a la política, que plantea sus ideas con excesiva vehemencia, con un cierto aire de “yo tengo siempre la razón, tú jamás”, con un rictus de mala leche perpetuo y sobre todo con un lenguaje corporal bastante agresivo, es decir, con una actitud un tanto chulesca, desafiante, casi matona. Miran de forma despectiva y rara vez, por no decir nunca, sonríen y cuando lo hacen dan verdadero miedo, por lo falso y forzado de su sonrisa. En resumen, que parecen estar eternamente cabreadas, aunque no lo estén.
Ejemplos hay varios, pero sólo nombraré dos por cada uno de los partidos más votados, para que te hagas una idea de cuál es el prototipo. Por un lado tenemos a Soraya Rodríguez y Elena Valenciano. Por otro a Soraya Saénz de Santamaría y Dolores de Cospedal. Ahora te pido que evoques la imagen de estas cuatro mujeres y me digas si no te parece que dan la sensación de estar eternamente cabreadas, de una antipatía absoluta. Pero, por favor, intenta abstraerte de querencias o fobias ideológicas, sólo piensa en ellas como personajes públicos, no como referentes políticos.
Evidentemente no conozco a ninguna de ellas a nivel personal (ni falta que me hace) y puede ser que en el trato cercano sean encantadoras, divertidas, afables, etc. Yo sólo baso mi teoría en lo que observo en cada una de sus intervenciones públicas, en la imagen que me transmiten.
Recuerdo que, al terminar la carrera, estuve cuidando a unos niños durante unos meses. Su madre, T, era una mujer soltera, dueña de un pequeño negocio. Estoy hablando de principios de los 90. El hecho de ser madre soltera y empresaria, habían hecho que T desarrollase un carácter fuerte, casi diría que colérico, supongo que para sacar adelante tanto a sus hijos como a su negocio en un mundo hecho a la medida de los hombres, consideraba que tenía que ser la más agresiva, que tenía que demostrar que podía ser más dura y capaz que cualquier hombre y sustituir los niveles bajos de testosterona con ira.
El resultado fue que se había convertido en una mujer siempre encolerizada, incapaz de sentir un mínimo de empatía por los demás, a veces cruel y extremadamente crítica y exigente. Su carácter era tan insufrible que los empleados no le duraban más que unos pocos meses, si no se iban ellos espantados, ya se encargaba ella de echarles al menor fallo.
Su nivel de auto exigencia era tal que no lograba mantener una relación, ni estable ni pasajera, literalmente los hombres la rehuían. Había roto relaciones con tres cuartas partes de su familia y los pocos amigos que la quedaban, nunca tenían tiempo para quedar con ella. Hasta yo, que por la pachorra intrínseca de mi carácter aguanto carros y carretas, acabé poniendo pies en polvorosa.
Ella consideraba que en un mundo agresivo tenía que quedar por encima y los demás no importaban; si en su particular lucha quedaba sola, era lo de menos, tenía que demostrar que era la más fuerte.
Toda esta historia viene a cuento de esas políticas a las que más arriba me refería, porque me recuerdan a T mucho, muchísimo. Me producen esa sensación de confundir el ser eficaz con ser agresiva, que constantemente tienen que demostrar, en esa especie de competición que mantienen consigo mismas, que pueden hacer más y mejor que los hombres, por eso me parecen estar siempre en permanente estado de alerta, a punto de atacar, con el gesto de ira contenida. Cuando las veo no puedo evitar pensar lo mucho que ganaría su imagen si de vez en cuando sonriesen, relajando la mandíbula y abandonaran esa expresión borde y antipática de superioridad y engreimiento. Qué cierto es que la imagen que nosotros creemos que proyectamos a los demás suele ser diametralmente opuesta a la que los otros realmente perciben.
Pues ya ves, en estas cosas se entretiene mi mente.
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