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"No por ser muchos descubriréis la verdad, ni ahogaréis la razón porque gritéis unidos"

Rabindranath Tagore

domingo, 4 de diciembre de 2011

La muerte de Gadafi

He preferido dejar que pase un cierto tiempo antes de hablar de este asunto, que me parece lamentable y que creo que revela la verdadera naturaleza de la condición humana cuando se ve despojada de todo elemento civilizador. De verdad que me siento defraudada por lo que he visto. Me explicaré. En el episodio de la muerte de Gadafi hay dos puntos en los que quiero fijar la atención de forma especial. El primero es la actitud de los que han “ajusticiado” al dictador, el segundo la reacción de esa cosa amorfa y cada vez más incomprensible para mí que es el llamado mundo occidental.

Cuando Gadafi era amigo del "mundo occidental"

No voy a hacer el repaso de los últimos días de Gadafi, puesto que los medios de comunicación hicieron el seguimiento oportuno, pero quiero detenerme en el final. Todos hemos visto las terribles imágenes de esa muchedumbre violenta, iracunda, rabiosa, llena de odio. Por no hablar de la bochornosa sodomización de un moribundo. ¡Qué miedo da la humanidad convertida en masa! No sólo me repugna lo que hicieron, sino cómo lo hicieron y, sobre todo, lo mucho que lo disfrutaron.

Se podría pensar que esa turba embrutecida y sádica es producto del régimen del dictador. A Gadafi le interesaba un pueblo inculto y casi primitivo porque era más manejable. Prefería que se mantuviesen en la ignorancia, que desconociesen lo que es la tolerancia porque esa era la forma más segura de perpetuarse en el poder. ¡Y pobre de aquel que se atreviese a rechistar! Tanto él como su familia han pastoreado por un país con ricos recursos a los que el pueblo no tenía acceso, han hecho y deshecho a su antojo, han hecho uso de la crueldad y la violencia como forma de dominar a la población. Sí, en el fondo Gadafi es el doctor Frankestein devorado por su propia criatura.
Pero lo peor no es esa horrible ley del Talión que una horda de violentos ha aplicado al dictador y que no justificaré, aunque haciendo un gran esfuerzo casi puedo entenderla. Para mí es mucho peor la actitud occidental, que me entristece e indigna a partes iguales, y queda fantásticamente sintetizada en esa imagen de una oronda señora Clinton cloqueando feliz refiriéndose a la muerte de Gadafi, con esa estúpida frase: “Nosotros fuimos, nosotros vimos y el murió”.
Muy bien, se supone que esta señora representa una de las democracias más consolidadas del mundo, por lo que lo deseable sería, si de democracia se trata, que se hubiese indignado porque Gadafi no hubiese tenido un juicio justo como, en teoría, corresponde al sistema democrático. Con esto podemos entender que la democracia, el derecho internacional, etc no son más que camelos que se nos venden, conceptos políticamente correctos, pero que son simplemente humo y su aplicación dependerá exclusivamente de los intereses del momento.
Dan tanto miedo la sra. Clinton y la democracia así entendida, como la horda salvaje que acabó con el dictador. Y más miedo aún dan los occidentales que ven con buenos ojos la muerte de Gadafi y las circunstancias que la rodearon, argumentando que él había sido igual de salvaje anteriormente con su pueblo. Yo creía que el progreso era sinónimo de avance y que precisamente la civilización consistía en salir de ese estado de salvajismo y aplicar medios transparentes e igualitarios de justicia. Veo que estaba equivocada. En unos días, celebraremos el aniversario de la Constitución y muchos de los que aprueban la muerte de Gadafi, honrarán la carta magna que en el artículo 24 Protección judicial de los derechos dice:
1. “Todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los Jueces y Tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión.
2. Asimismo, todos tienen derecho al Juez ordinario predeterminado por la ley, a la defensa y a la asistencia de letrado, a ser informados de la acusación formulada contra ellos, a un proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías, a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa, a no declarar contra sí mismos, a no confesarse culpables y a la presunción de inocencia.
La ley regulará los casos en que, por razón de parentesco o de secreto profesional, no se estará obligado a declarar sobre hechos presuntamente delictivos”.
Cualquier democracia medianamente seria recoge esta serie de derechos fundamentales, hasta para el mayor y más repugnante asesino. Incluso en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en sus artículos 10 y 11 se recoge el derecho a un juicio y a una defensa:
“Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal”.
“Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa”.
Lo que ha sucedido con Gadafi demuestra que estos derechos no existen en la realidad y pone en igualdad a la turba violenta que le mató y a la “civilización occidental” que aplaudió el asesinato. Esto me lleva a preguntarme para qué queremos una democracia si sus mayores defensores son los primeros que no la respetan. No encuentro respuesta.

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