De un tiempo a esta parte, tengo yo la sensación de que los duques consortes están muy en boga ¿no te parece? Y un poco maltratados por la prensa. Me dan ganas de montar algo así como una Ong tipo: “Duques sin fronteras”, “Adopte usted un duque”, “Ponga un duque en su vida”… no sé, tengo que pensar en ello. Pero el duque del que hablo hoy necesita de forma urgente mucha ayuda, pues su reputación se encuentra en estos momentos en caída libre, por no hablar de la simpatía que antes le profesaba la plebe. ¡Ay, qué pronto nos encumbran, para luego derribarnos!
Vaya por delante mi mayor respeto por la presunción de inocencia de la que cualquier ser humano debería gozar, sea cual sea la acusación. Pero ya sabemos que eso en España es poco menos que utopía. Urdangarín ha sido juzgado, declarado culpable y sometido al linchamiento público antes de haber sido oficialmente llevado a juicio.
Ya no es alto, guapo, rubio y triunfador. Ya no es el marido perfecto, padre ejemplar de cuatro querubines más rubios todavía que él. Ni siquiera es ya el yerno modélico que resultaba aún más modélico cuando se le comparaba con el otro yerno (al que también podríamos acoger en nuestra Ong salvadora de duques consortes).
Ahora, con esa mala uva tan visceral, pero a la vez ingeniosa, que nos gastamos por aquí, se dice que desde que se casó se dedica al “talonmano”, etc. Gracias a este suceso, ese runrún casi subrepticio que siempre existió contra la corona, se ha convertido en una declarada antipatía. La prensa, especialmente amarilla, ha servido su cabeza en bandeja de plata y el pueblo ha hablado: Culpable.
En mi humilde opinión, tal vez esto se habría, si no evitado, sí dificultado, si los miembros de la familia real no pudiesen, por ley, ocuparse de otra cosa que no fuesen sus labores representativas. Que se diera algún tipo de incompatibilidad entre la representación institucional y los negocios privados. Quien evita la tentación, evita el peligro. Una persona con tanta influencia y tan bien relacionada, es susceptible de caer en lo que, presuntamente, Iñaki Urdangarín ha caído. La codicia es algo inherente a la condición humana y me imagino que el dinero que recibía de la Casa Real le pareció insuficiente. Ya se sabe: dinero llama a dinero, y cada vez se quiere más.
Y yo, ingenuamente, me pregunto: ¿de verdad que nadie se dio cuenta antes? Recuerdo que hace unos años, cuando la real pareja adquirió ese palacete millonario en Pedralbes, lo primero que pensé fue ¿de dónde ha salido toda esa fortuna? Si no me falla la memoria, que puede ser, la propiedad estaba valorada en unos cuantos millones de euros. Tal vez, si hubiese sido periodista, habría empezado a husmear por ahí. Cuando lo comentaba con mis conocidos, me sorprendió ver que a nadie le extrañaba, alguien me dijo que sería algún edificio de Patrimonio o algo así. El caso es que, como tampoco me interesaba demasiado el asunto, lo olvidé.
Ahora que no se habla de otra cosa y que muchos periodistas se apuntan al carro del: “Ya decía yo…”, no dejo de preguntarme por qué nadie investigó algo tan chocante y llamativo, para eso está el periodismo ¿no? Puede que entonces no interesase y ahora sí. Esto último sí que me resulta más siniestro. ¿Qué intereses ocultos hay en sacar a la luz algo que, según parece, era vox populi desde hace tiempo? En cualquier caso, se avecinan días moviditos, así que estaré atenta a los acontecimientos, aunque me temo que para la Corona pintan bastos.
Supongo que el tema va a dar mucho de sí y con este morboso entretenimiento se taparán muchas cosas, siempre ha sido así y siempre lo será. Espero que pronto haya juicio y si Urdangarín es culpable, que pague, como cualquier hijo de vecino, me decepcionaría mucho que recibiese un trato privilegiado. Pero que sean los jueces los que sentencien, no la prensa y la audiencia. Seguiremos informando.
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