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"No por ser muchos descubriréis la verdad, ni ahogaréis la razón porque gritéis unidos"

Rabindranath Tagore

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cada deficiente mental con su eufemismo- Daniel Samper Pizano

Desde hace muchos años, en concreto 20, guardo este recorte. En su día me pareció divertido y exagerado, nunca pensé que pudiera llegarse a esos extremos. He de reconocer que el autor, Daniel Samper Pizano, mostró una clarividencia increíble, pero se quedó corto, la fiebre por el eufemismo que nos asola desborda todas las expectativas, tanto de quien escribió este artículo como de servidora, que lo leyó, lo encontró muy lúcido y por eso lo archivó en su carpeta multi-cosas. Comparto contigo este texto como curiosidad, porque la corrección política en el lenguaje (y en el pensamiento) es tan brutal que seguramente hoy este escritor no se habría atrevido a escribir un artículo con este contenido. Sólo hay algo peor que la censura, la autocensura.
“Si algo admiro de la Organización Nacional de Ciegos no son su poder ni la obra social que lleva a cabo. Sino que se llame así, sin tapujos y sin misterios: de Ciegos. Ellos, y los matadores de toros, son unos de los pocos ciudadanos que se han resistido a esa ola ridícula que busca reemplazar con un eufemismo rosado la palabra que sirve ahora y sirvió siempre para designar una situación dolorosa o profesión polémica.
Sean Connery, un famoso ex cabelludo

Cualquiera que se dé a la tarea de leer la prensa, escuchar la radio y ver televisión, se dará cuenta de que en este país han desaparecido las personas con defectos físicos y los oficios elementales. Aquí ya no quedan más ciegos que los de la ONCE: los demás son invidentes o disminuidos visuales. Tampoco hay cojos, mancos ni locos. Los primeros se llaman minusválidos, los segundos discapacitados y los terceros deficientes mentales.

Podría argüirse que existen razones médicas o de compasión para haber reemplazado las viejas palabras castellanas con que se los conoció durante siglos. Pero no se imaginan ustedes lo peligroso que resulta entregar a los médicos la formación de nuestro léxico.

Apenas uno se descuida utilizan esta facultad en beneficio propio. Empezaron llamando minusválido al cojo y acabaron rebautizando a las enfermeras como Ayudantes Técnicas Sanitarias. No quiero ni imaginar a Hemingway escribiendo en Adiós a las armas un diálogo como el siguiente:
- ¡A.T.S., A.T.S.!
La Ayudante Técnica Sanitaria acude a atender al sargento herido.
- ¿En qué puedo ayudarle, distinguido suboficial?
- A.T.S., por favor pida al facultativo ortopédico que no proceda al seccionamiento de mi extremidad inferior izquierda, porque quedaría convertido en un discapacitado físico!

¡Cómo si fuera timbre de desdoro el ser cojo o enfermera! Ni siquiera enfermera coja. Quevedo se proclamó cojo muchas veces, Cervantes se llamó manco y ninguno dejó de ser extraordinario poeta o escritor. ¿Qué tal que Goya hubiera insistido en llamar a su casa de recreo la Quinta del Disminuido Auditivo? ¿O que Luis Vélez de Guevara hubiera titulado a su deliciosa novela picaresca El diablo minusvaliduelo?
Ciertos eufemismos buscan tender una piadosa cortina verbal sobre realidades duras; son los eufemismos que nacen de la mala consciencia. Al hacerlo, no ha solucionado el problema. Tan sólo se ha limitado a convertirlo en menos apremiante para quien lo padece y, sobre todo, para los demás. Otros eufemismos procuran disfrazar con alamares retóricos ciertos oficios sencillos y modestos; son los eufemismos que nacen del espíritu burocrático. El día que los matadores de toros caigan en esta última trampa, empezarán a designarse a sí mismos supresores bovinos, del mismo modo los carniceros se llaman hoy promotores de la industria cárnica; los bodegueros, restauradores; los mesoneros, hosteleros, y los tragones, gastrónomos. Llegará el día en que el jardinero se vuelva ingeniero florícola y el conductor de cacamóvil, aquel aparato que se pasea my orondo por las aceras de Madrid recogiendo enojosos rastros caninos, adquiera el pomposo título de recaudador excrementicio. Los periodistas hemos pasado a ser profesionales de la comunicación y los zapateros, diseñadores o restauradores de calzado. Los que son un poco tontos se llaman fronterizos, los que son bastante tontos se llaman subnormales y los tontoculo subnormales profundos.
A los que padecen algún defecto físico los están engañando con el nuevo léxico. Es verdad que las palabras edulcoradas producen menor impacto emocional, que es lo que se propone esta ola fronteriza; pero también ha conseguido que produzca menor impacto aquello que las palabras nombran. Yo, por instinto, estaría más dispuesto a ayudar a un ciego que a un invidente, o a un mudo que a un afásico. Cuando la Iglesia dictó sus obras de misericordia escogió los más directos términos para convocar la solidaridad cristiana. No pidió suministrar la dieta básica al deficiente proteínico: propuso dar de comer al hambriento. Tampoco habló de cumplir el horario de reunión con el interno, sino visitar al preso. Mucho menos se refirió a la necesidad de inhumar al que ingresó cadáver, sino, directamente, de enterrar a los muertos. Y, a propósito, no dudo de que esta fobia a las palabras que mencionan situaciones desagradables nos llevará a suprimir la palabra muerto, que aluda a una condición tan molesta, y reemplazarla por el término ex vivo, mucho más grata y salpicada de nostalgia.
En su afán por huir de las situaciones que suscitan incomodidad o provocan resquemores de conciencia, esta sociedad sibarita y materialista se refugia detrás del eufemismo. Los delincuentes se vuelven marginales (antes, muchos marginales acababan delincuentes): el aborto se convierte en interrupción del embarazo; el pobre se vuelve indigente, el viejo verde pasa a ser un anciano erotómano o, mejor aún, un miembro de la Tercera Edad con hiperlibido.
Se modifica el diccionario, pero no la terca realidad. Y como en ésta el dinero manda, se es una cosa u otra cosa según el grosor del talonario de cheques. Un pobre es un ladrón, pero un rico es un cleptómano; a ciertas chicas de barrio demasiado entusiastas del amor se las llama putas, pero las chicas del chalet que hacen lo mismo son solamente ninfómanas; un rico es gay un pobre sigue siendo lo que era.
Irán llegando poco a poco los nuevos términos. Todo depende de la capacidad del cabildeo que tenga cada grupo de presión. Los enanos, que no tienen una agencia de imagen que los defienda, aún se denominan enanos. Pero algún día se llamarán hipodesarrollados. No crecerá ni un centímetro más con semejante bautizo, pero quedaremos todos tranquilos. Tan tranquilos como quedamos cuando alguien, con una idea genial, resolvió que a la vejez no era preciso ayudarle: bastaba con llamarla Tercera Edad y dejarse de idioteces. Es decir, de minusvalideces mentales.
Si cayésemos en la trampa, los calvos deberíamos exigir que se refieran a nosotros como ex cabelludos; los gordos como post esbeltos y los patosos como disléxicos.
Si se sigue imponiendo la moda del eufemismo, nuestros hijos cantarán una versión desmadejada del corrido mexicano Juan Charrasqueado. Esta que no hablará de un ranchero que era “borracho, parrandero y jugador", sino “dipsómano, ludópata y play-boy”.

Este artículo fue publicado en el desaparecido periódico Diario 16, el 8 de septiembre de 1991, en una columna de opinión denominada: “La madrastra patria”. Lo escribió el escritor y periodista colombiano Daniel Samper Pizano.

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