Señor Presidente, porque aún es usted presidente de mi país. Le escribo esta carta no para reprochar su gestión política, económica, internacional, etc., que motivos tengo de sobra, no. Lo que me gustaría expresar es la total decepción que como persona usted me ha causado. Sí, como persona. Sé que es político y como tal su aspiración máxima es mantenerse a toda costa en el poder; sé que está convencido de ser el mejor estadista que han visto los siglos, sé que piensa que no hemos sabido entender su visión pacifista (!!!???) del mundo. Pero, aunque le parezca increíble, no todos compartimos su forma de ver las cosas, sus ideas y sus conceptos vitales. Yo estoy segura de que ha intentado hacer cosas en beneficio de la sociedad, no lo dudo, aunque habría sido mejor que hubiese gestionado recursos de forma coherente en vez de actuar como si el dinero del estado fuese su monedero particular del que podía disponer a su antojo, sin pensar que no era una bolsa mágica que, a medida que usted sacaba a manos llenas, se rellenaba sola. Pero ese es otro tema.
Me ha decepcionado como persona porque, con sus maneras aparentemente suaves, disfrazadas de ese “buen rollito”, y eso que usted denomina “talante”, que quiero entender que quiere decir buen talante, pero no estoy del todo segura, usted se ha dedicado a enfrentar, soliviantar ánimos, a azuzar fantasmas pasados, ha querido reescribir una historia que no puede cambiarse porque ya está escrita, aunque usted sea incapaz de aceptar su contenido. Porque con esa sonrisa congelada perennemente en su rostro, falta a quien no piensa como usted, condena al que no comparte sus opiniones, y todo ello ¿por qué? ¿por un puñado de votos? ¿por satisfacer su ego?