Llevo mucho tiempo oyendo y leyendo comentarios encendidos contra los banqueros y, en menor medida, contra los políticos, como los únicos causantes de la crisis que llevamos sufriendo desde hace unos años. Me parece que la culpabilidad se queda corta. Evidentemente, los bancos tienen mucho que ver con esta situación, por no hablar de los políticos, pero son muy pocas personas las que hacen un ejercicio de sinceridad y reconocen que nosotros, los ciudadanos de a pie, también tenemos nuestra cuota de responsabilidad en esta debacle. O al menos una buena parte de ellos a los que llamaré, para que nos entendamos, los consumistas.
La locura por el consumo desmedido de los últimos años tenía que pasar factura. En defensa de los consumistas diré que es muy difícil sustraerse al asedio constante al que hemos sido sometidos durante todo este tiempo. Nos han vendido la perversa idea de que para ser felices debemos tener cada vez más. A través de las revistas de moda, la televisión, internet… nos han machacado hasta la nausea para que consumamos, imponiéndonos unos modelos tanto de apariencia física como de estilo de vida que son muy difíciles de imitar. Hay que estar a la última, por lo tanto tenemos que comprar ropa, calzado, complementos, etc. y cambiarlos cada temporada, pues la moda nos dice que lo de una temporada no vale para la siguiente. Y, por descontado, todo de marca.
De pronto todos tenemos que viajar constantemente, en verano hay que ir como muy cerca a Punta Cana o Bahía Príncipe; más luego, viajes obligatorios en Navidades, Semana Santa, todos los puentes del año y además los fines de semana se alternan estancias en paradores, balnearios y casas rurales. Es obligatorio tener coche y además tenemos que cambiarlo cada poco tiempo, por supuesto, de gama media-alta o alta. Tenemos que cambiar de móvil cada pocos meses, y por supuesto hay que tener lo último de lo último en tecnología, cueste lo que cueste, y ser el primero en adquirirlo, aunque el 75% de sus utilidades no sepamos para qué sirven.
Varias veces por semana hay que cenar en restaurantes, a ser posible de nueva cocina, porque ahora todos somos expertos en gastronomía y también en vinos, que viste mucho. Después, copas en los lugares de moda y hay que acudir a absolutamente todos los estrenos de obras de teatro, musicales, conciertos y espectáculos variados. Es imprescindible tener un aspecto impecable, así que todos tenemos que ir al gimnasio y someternos a cuantos tratamientos de belleza sean necesarios. Peluquería como mínimo una vez por semana, como tenemos mucho estrés, cada poco tiempo masajes y, por supuesto, hay que sacrificarse para alcanzar la eterna juventud y la absoluta delgadez: así que bótox, blanqueo de dientes, liposucción y cirugía, si es necesario, del cuerpo entero.
Varias veces por semana hay que cenar en restaurantes, a ser posible de nueva cocina, porque ahora todos somos expertos en gastronomía y también en vinos, que viste mucho. Después, copas en los lugares de moda y hay que acudir a absolutamente todos los estrenos de obras de teatro, musicales, conciertos y espectáculos variados. Es imprescindible tener un aspecto impecable, así que todos tenemos que ir al gimnasio y someternos a cuantos tratamientos de belleza sean necesarios. Peluquería como mínimo una vez por semana, como tenemos mucho estrés, cada poco tiempo masajes y, por supuesto, hay que sacrificarse para alcanzar la eterna juventud y la absoluta delgadez: así que bótox, blanqueo de dientes, liposucción y cirugía, si es necesario, del cuerpo entero.
Por supuesto el producto estrella: todos tenemos que comprar una casa. Nos lo podamos permitir o no. Vivir de alquiler es sinónimo de fracaso. Y, si me apuras, mejor tener una segunda vivienda en la playa o en la sierra.
En resumen, todos teníamos que llevar un tren de vida muy superior al que nuestros ingresos nos permitían. Y mucha gente, en vez de aceptar su vida tal como es y entender que la felicidad no tiene que venir necesariamente porque se cumplan los estereotipos impuestos por un grupo de avispados empresarios, decidió que prefería endeudarse antes que renunciar a todo lo anteriormente mencionado. Y aquí es cuando aparecen los siniestros grupos que he mencionado: banqueros y políticos. Los primeros, comenzaron a dar créditos cada vez con menos exigencias, de tal modo que la locura se desató. No voy a decir que se regalasen créditos sin más, pero casi. La construcción se disparó en España, todos querían tener un piso, el banco daba infinitas posibilidades, así que se construía sin medida. Aparentemente todo el mundo ganaba: consumidores, banqueros y constructores. ¿Y los políticos? Pues estos, encantados de la vida, se frotaban las manos cuando veían subir los gráficos económicos: ¡qué bien, todo sube! El consumo, la inversión, la bolsa,… ¡Somos los mejores, de la poltrona no nos mueve ni Dios!
Fueron muchos los que, al ver con qué facilidad el banco de turno les había concedido la hipoteca, se animaron a pedir créditos para financiar todas esas cosas maravillosas hasta entonces prohibitivas para ellos. Y llegaron así los viajes, las cenas, la ropa de marca, el cochazo,… Esta locura constituía una huida hacia adelante: “ya lo pagaré”. Pero llegó un momento en que la situación económica se hizo insostenible, todo el sistema se sustentaba en unas bases endebles, falsas, en un dinero que no era dinero, todo era una gran mentira. Y cuando el teatrillo empezó a venirse abajo, arrastró a todos los implicados. Los bancos cerraron de golpe el grifo del crédito, los consumidores se encontraron con que no podían hacer frente a los pagos que alegremente habían asumido.
Y, como suele ocurrir, se inició la búsqueda de culpables, siempre se busca a quien acusar en vez de centrarse en hallar soluciones. Los banqueros fueron elegidos como los únicos generadores de la situación. Algunas voces dijeron que también tenían su parte de culpa los políticos, pero eran vocecillas tímidas y débiles. Nadie dijo nada de los consumistas.
Evidentemente, cada nación tiene su propia idiosincrasia y reaccionó en consecuencia ante un problema que se ha dado a nivel global en los llamados países occidentales.
A mí me parece que hemos desequilibrado las culpas. Si bien es cierto que los bancos actuaron de una forma irresponsable al conceder créditos tan alegremente, lo cierto es que los políticos no se quedan atrás, puesto que la regulación del suelo es su competencia y dejaron que se construyera sin control. Por no hablar de la nula vigilancia de las actividades que realizaron los bancos durante estos años de auténtica locura. Aquí en España tenemos un Banco de España que no sé muy bien que hacía cuando los bancos y las cajas regalaban créditos. Y lo más increíble es que para los políticos era imprescindible ¡rescatar a los bancos! (¿Y quién nos rescata a nosotros de ellos?).
Por último, están todos aquellos consumistas, acumuladores de créditos que se obsesionaron con vivir por encima de sus posibilidades. A mí nunca me puso una pistola en la cabeza un banquero para que pidiera un crédito, no sé si alguien habrá vivido semejante experiencia, no lo creo. Quiero decir que, quien lo pidió lo hizo de forma voluntaria y consciente (¿?), pensando que el país de las hadas en el que parecía que nos habíamos instalado duraría por siempre jamás y que las voces que, muy de vez en cuando, alertaban de las terribles consecuencias que vendrían de mantener esta situación, eran de agoreros y pesimistas insufribles.
Y luego quedamos los pobres pringados que no caímos en la trampa del consumismo feroz, pero aún así estamos pagando las consecuencias de esta cadena de errores. Así que me irrita bastante oír esa frase que muchos utilizan como mantra: “Que nos saquen de la crisis los banqueros que nos metieron en ella”. A ver si empezamos a asumir la responsabilidad de nuestros propios actos. Me parecería un verdadero acto de madurez.
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