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"No por ser muchos descubriréis la verdad, ni ahogaréis la razón porque gritéis unidos"

Rabindranath Tagore

sábado, 28 de enero de 2012

¿La reina está sola?

La escritora Pilar Eyre ha publicado recientemente un libro que promete polémica. Se titula “La soledad de la reina” (La esfera de los libros). No pretendo hacer una crítica del libro puesto que no lo he leído, tal vez más adelante lo haga, ahora mismo tengo tantas lecturas empezadas que no me siento con fuerzas para empantanarme más aún. Todo llegará.




Pero me ha llamado poderosamente la atención el contenido del mismo que, poco a poco, va desgranándose a base de comentarios, extractos, reseñas, etc. Según parece, el matrimonio modélico no lo era tanto y todas aquellas leyendas urbanas sobre los repetidos escarceos amorosos de nuestro monarca no eran tan fantásticas como algunos pretendían.

No me siento capacitada para juzgar a la monarquía, ya que nunca entendí bien su razón de ser en el mundo actual y me cuesta trabajo comprender la contradicción que para mí representa el conjugar dicha institución con un estado democrático. Es algo que se me escapa. Además, los miembros de la familia real no me caen especialmente bien, claro está que no les conozco personalmente y lo mismo resulta que son todos encantadores, pero la imagen que me trasmiten es de cierta prepotencia, de endiosamiento.

Curiosamente, la única que me ha caído bien es la reina. No sé, hay algo en ella que me resulta casi maternal, me parece más humana que los demás. Cosas mías. De un tiempo a esta parte, se la ha criticado tanto que casi me da penita. Creo que todo empezó a raíz del libro que sobre ella publicó Pilar Urbano, “La reina” (Plaza & Janés). Desde ese momento muchos periodistas especializados en temas de la realeza y similares, la han dado hasta en el carnet de identidad. Especialmente Jaime Peñafiel.

Hasta hace nada, la prensa mayoritariamente describía a la reina como una profesional de la realeza, destacaban su saber estar y comportarse en todas las situaciones, se conducía invariablemente con dignidad, siempre hacía lo que se esperaba de ella. Generalmente, era la persona de la familia real que más se valoraba, incluso por encima del rey, quien siempre ha levantado pasiones, tanto a favor como en contra. Ella estaba en un papel secundario, era más neutra y precisamente por eso, menos juzgada.

Pero muchos de los periodistas que antes la ensalzaban, ahora se emplean a fondo, con ensañamiento casi diría yo, en minar su imagen, presentándola como una mujer sin personalidad, como una madre que desatiende las obligaciones inherentes a su cargo por complacer a sus hijos sin pensar en el bien y la preservación de la institución que representa. Como una carca de ideas retrógradas y conservadoras.

Me parece a mí que ni antes era tan perfecta ni ahora es tan inútil. Simplemente es una persona, como lo somos todos, con su personalidad, sus contradicciones, sus aciertos y errores, sus manías y querencias. Pienso que es una crueldad demonizarla del mismo modo que antes pensaba que era nauseabundo el peloteo con el que se la ensalzaba.

También creo que era tan insano el oscurantismo de antaño, cuando todo lo que hacía la familia real se escondía bajo de un velo de irrealidad casi sobrenatural, como la obsesión actual por escarbar en todas las miserias posibles. No hablo ya del caso del yernísimo, hablo de todos los miembros que componen la familia. Es como si de pronto se hubiese abierto la veda y la persecución se ha vuelto implacable, y con la excusa de hablar claramente de estas personas como parte de una institución, se juzga a los individuos sin piedad.

Recreándose en los detalles, nos cuentan a diario que los reyes hace años que no hacen vida en común, se disecciona minuciosamente cada uno de los desplantes que la reina ha sufrido por parte de su marido, etc. Así, el patio de Monipodio que es este país, se transforma en el patio de vecinos, en el corrillo en la plaza del pueblo, en el pelotón de despellejamiento de la España profunda que parecía superada. No hemos cambiado tanto, por lo que veo.

Y mientras el periodismo amarillo de retuerce de gusto, regodeándose en las miserias reales, con el aplauso entusiasta de su fiel audiencia ávida de carnaza, se entremezclan la crítica a la institución que está refrendada por la Constitución vigente, con las personas que la constituyen.

Que se hable de Urdangarín porque está envuelto en un turbio asunto delictivo me parece sano e incluso conveniente, pues nos afecta a todos y tenemos derecho a informarnos, pero que se hable de la reina porque no duerme con su marido (¡será la única…!) y porque no es feliz, me parece de una bajeza infinita. Así que, como no hay cosa que más me guste que ir en contra de las posturas dominantes, cuando son sibilinamente impuestas, me adhiero a la causa de la reina y la tomo en adopción (figuradamente hablando, se entiende). Así que ¡cuenta conmigo, Sofi!

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